miércoles, 5 de junio de 2013

"SIN RETORNO" 1ª PARTE, POR MONTY BROX




1ª PARTE

(Publicado el 13/11/10)

Bueno gente esta semana, ya sabíais que no tendríamos entrega de "Guardianes" pero aun así no quería que pasara un solo viernes sin dejaros algo para pasar el rato. A continuación os dejo la primera parte de un relato que presente en concurso este pasado Hallowen y que no pude mostraros antes por encontrarme a la espera del fallo del jurado. Finalmente no fue seleccionado para su publicación y por ello ahora me es posible mostrároslo. Espero os guste, aunque su temática diste bastante de lo que serian las aventuras de nuestros chicos.



Este viernes no vamos a poder entrevistar a Gabriel, por algunos problemillas técnicos.Pero queda pendiente para hacerlo muy pronto. Os avisare con antelación. Al final del relato os dejo mis respuestas a los comentarios de esta semana. Un saludo y muchos y enormes besos a todos.



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El calor era abrasador, para nada lo normal en la época fluvial de la zona. Alice tenía que soportar llevar la gorra negra de felpa dentro de la recepción del hotel. La nuca y la frente comenzaban a sudarle de manera considerable. Con odio miró al ventilador del techo a través del cristal negro de sus gafas. El muy hijo de su madre no se movía, así el fin del mundo dependiera de ello.

–Fulminarlo con la mirada no le hará arrancar, señorita… –El orondo recepcionista bajó la vista hacia su carnet de identidad–… Lucia. Yo mismo probé ese truco durante las primeras dos horas, tras que dejara de funcionar unos nueve días atrás.

“Nueve días, la mitad de los que llevara sin ducharse” se planteó ella, tras dirigir la vista hacia el hombre. El sitio apestaba tanto como prometía hacerlo él. Las paredes parecían echarse sobre ella con su mohoso y ennegrecido papel pintado con más de dos décadas. El aire no corría y pesaba caluroso, hirviendo, a causa del sol de justicia que se colaba implacable por el frontal del cristal. Alice sólo podía rezar por que el hombre terminara de cumplimentar la documentación que la clasificara como: hospedada en el infirmo, antes de que la grasa que le chorreaba al susodicho del pelo negro no acabara emborronando los papeles. Eso y que las habitaciones no estuvieran ni la mitad de sucias que aquel cuchitril y su dueño.

–Señorita le importaría… –planteó el hostelero cuando ella le entregó su tarjeta de crédito, haciendo un gesto como si se quitara las gafas.

–¿De verdad es necesario? –le espetó, llegando al límite de su paciencia Alice.

–Siento incomodarla, pero necesito comprobar su identidad antes de registrarla y hacer un cargo a la tarjeta de crédito.

–Espero no necesitar nada más –refunfuñó la chica y accedió de mala gana–. Le aviso: no pienso dejar que me haga un análisis de orina y está empezando a cansarme.

Alice se retiró sus negras Armani e irguió la cabeza para que el dependiente pudiera corroborar que su rostro era el mismo que aparecía en las tarjetas. Y ahí estaba de nuevo. Esa expresión que todo buen hombre había puesto cada vez que le veía la cara, después de su último “feliz” encuentro con Ian. Feliz porque, aunque con un ojo morado, de nuevo había escapado de él. En el rostro del ahora recién descubierto buen hombre sudoroso y grasiento se veía una maldición no pronunciada. Seguramente del tipo: "Dios debería impedir que estas cosas pasaran" o "Deberían castrar a todo aquel hijo de puta capaz de poner la mano encima a una mujer".

Ese era uno de los motivos por los cuales no se quitaba los anteojos frente a nadie. Odiaba la compasión, la pena y ante todo que consideraran que necesitaba ayuda. No la necesitaba. Y sólo le faltaba que algún buen samaritano se cruzara en su camino. Pero no era lo principal. La causa más importante, por la que evitaba mostrar su rostro al completo era porque nadie olvidaba la cara de una mujer supuestamente maltratada. Y ella no quería que nadie se quedara con su cara. Razón por la cual se cubría como podía con la gorra y las gafas. Sólo necesitaba pasar desapercibida. Cosa difícil siendo una mujer, como la describían sus antiguos compañeros, de las que no pasan desapercibidas. Más cuando viajas sola, con una mochila por único equipaje, alojándote en moteles de carretera donde el principal cliente era él: hombre rudo que vive en la autopista.

–¿Todo correcto? –preguntó crispada, alzando la voz una décima más de lo que debía para que su voz no transmitiera nerviosismo.

–Señorita, se encuentra usted… –balbuceó el recepcionista, poniéndose en pie aún con sus documentos en la mano.

–Perfectamente –le atajó Alice con voz seria y rotunda, al tiempo que le arrancaba de los fláccidos dedos su carnet y la tarjeta de crédito–. Y estaré mucho mejor cuando de una vez me dé la puta llave de mi habitación.

–Aquí tiene, disculpe –se pronunció el hombre, admirando en secreto la resolución de ella. Estaba seguro de que había presentado batalla al tipejo que le había puesto el ojo a la funerala. Indudablemente con el fuerte físico que se adivinaba en ella y su más de metro setenta, el cerdo que le había puesto la mano encima no salió ileso–. No servimos comidas y deberá desalojar la habitación antes de las…

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La frase quedó inconclusa en los resecos labios del hombre. Alice le había dado la espalda agitando la mano para silenciarle. El sonido de la puerta al cerrarse tras ella fue lo que resonó acallando las palabras del recepcionista. En silencio John quedó solo, agitando la cabeza en señal de desaprobación. No entendía cómo aquellas cosas seguían pasando por el mundo. Aquel hotelucho de carretera le había mantenido en una burbuja atemporal durante los últimos treinta años de los cincuenta con los que contaba hacía más de un mes. Pero ni siquiera antaño, había comprendido cómo un hombre que se hace llamar de ese modo sucumbía a tan viles instintos. Con lo fácil que era coger la maleta y desaparecer para siempre si la mujer en cuestión te sacaba de tus casillas. Nunca se debería llegar a tal extremo. Y la pena que él impondría a tales peleles, que no vieran una salida mejor a una mala relación… Su educación cristiana se llevaba las manos a la cabeza sólo con pensar en lo que le haría a esos seres.

No habían pasado ni treinta minutos de que la hermosa y joven mujer del ojo de mapache se había ido, cuando las campañillas plateadas que anunciaban un cliente replicaron. John no se molestó en levantar la cabeza, ponerse en pie o dar muestra alguna de educación. En sus años de profesión hostelera había llegado a una conclusión: el tipo de huésped que solía tener o no valoraba en absoluto los buenos modales o te tenía en mayor consideración y respeto si hacías gala de carecer totalmente de ellos.

–Disculpe caballero, estoy buscando a… a mi amiga… ¿Lucia Sorong?

John se puso en pie y retiró de manera brusca el libro de admisiones del mostrador, nada más que comprendió que el recién llegado le había echado el ojo. Aquel debía de ser el amoroso novio o marido que agrediera a su ahora cliente. Cuando se detuvo por un segundo a observar con detenimiento al supuesto maltratador, un ceño fruncido en señal de incomprensión se plasmó en su frente. Había esperado que el tipo fuera un pueblerino mellado o cubierto de tatuajes. Fuerte y con cara de malos humos que, o bien llevara la cabeza rapada o una mugrienta coleta. Algo que no casara nada con el supuesto refinado mundo al que pertenecía la chica. Para su sorpresa se equivocaba en casi todo. Ante él se encontraba la versión masculina de… la belleza. El hombre no pasaba de los veinticinco, veintiséis a lo sumo. Lucía una sonrisa que haría llorar a los publicistas de cualquier dentífrico, con la que sería la dentadura/santo grial del más afanado dentista. Bordeando el conjunto unos labios, de un rosa natural y grosor, que cualquier mujer desearía para sí misma. Flanqueados por dos profundos hoyuelos como pozos.

Ojos azul mar caribeño, lustroso y limpio pelo trigueño moldeado con gel en su justa medida, barba de dos días muy bien delineada, metro noventa de estatura, cuerpo fornido libre cien por cien de grasa… "¿Pues no va ser verdad que exciten esta clase de hombres?"; se planteó petrificado por la sorpresa John. El tipo debía de andarse con cuidado y no internarse en el pueblo. Los hombres de la villa llevaban muy mal la presencia de forasteros. Pero si además iban proclamando a gritos que los hombres de las campañas de Calvin Klein eran reales y palpables a ojos de sus mujeres…, más le valía al señorito Adonis saber usar más que correctamente aquellos formidables músculos o era hombre muerto.

–Disculpe, caballero –sacó el rubio de su catarsis a John meneando la mano con cara simpática ante sus ojos–. ¿En qué habitación puedo encontrar a Lucia?

John se sonrío victorioso, al saber que había retirado en el momento justo el cuaderno de inscripciones, al tiempo que recordaba qué clase de “caballero” tenía ante él. Se iba a librar de una de las clases de civismo que impartía John en su juventud a base de puñetazos, porque su desventaja era clara. Los años no sólo le habían hecho adquirir una enorme barriga, sino que también le pesaban como losas sobre los hombros, apagando su bravuconería al compararse con el joven chico.

Por ello, antes de pronunciarse descolgó el teléfono que estaba en la repisa inferior del mostrador y preparó su dedo para que cayera en el momento preciso sobre la tecla de marcación rápida con la comisaría.

–Aquí no les tenemos mucho aprecio a los… –simuló pensar mientras anclaba sus manos sobre la encimera y se erguía con la mirada fiera clavada en los azules ojos de su “cliente”– personajes que gustan de imponer maquillaje para ocular a las señoritas. ¿No sé si me he explicado con suficiente claridad?

–¡¿Perdone?! –exclamó el joven, con una perfecta expresión de confusión que se deshizo rápidamente–. ¡No, por Dios…! Usted… Usted piensa que yo le hice eso a Lucy. ¡Por favor, no! ¿Cómo puede creer…? –Si no estaba siendo sincero, deberían darle un Oscar, porque para John la actuación entre sorprendido y tremendamente ofendido que le estaba escenificando el chaval no era para menos–. He venido para ayudarla. Su novio le quitó el teléfono y me llamó desde una cabina diciéndome dónde podría encontrarla. He venido para llevármela bien lejos de ese… –Los puños del rubio golpearon sin previo aviso el mostrador antes de que hablara en voz baja como si intentara contener su ira– …mal nacido.

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La lluvia comenzó en tropel en el momento justo en el que Alice dejaba caer al suelo los polvorientos vaqueros grises. No le pareció mal momento para que las nubes se decidieran a comportarse como era su costumbre por aquellas fechas en aquellos parajes. Ella ya se encontraba a resguardo de las torrenciales aguas y lista para una larguísima ducha, que sentía más necesaria incluso que seguir respirando. Sin dilación se metió en la bañera y se colocó bajo el potente chorro de agua fría. Después de unos minutos se sintió revitalizada y cambió la temperatura para que el H20 cálido la relajara, ayudándola a dormir. Eran las cuatro de la tarde pero, con ayuda de las tupidas cortinas y ahora el manto de nubes que cubría el cielo, la luz solar no sería un impedimento. Llevaba más de doce horas de conducción y tenía intención de dormir de continuo otras tantas. Se lo había ganado, después de varios días sin pegar ojo.

–¡Lucy querida, ya estoy en casa!

Reconocería aquella cantarina voz entre un tumulto de mil personas cantando al mismo tiempo. Su primer impulso fue erguirse como el palo de una escoba. El segundo buscar una salida. "mierda"; sentenció. La puñetera ventana no dejaría salir por ella ni a un bebé lactante. Era tan diminuta que ni cortada en cachitos podría pasar por ella. Se impuso calma y corrió a agacharse para recoger sus ropas del suelo. Pero… No lo hizo. Se ajustó la toalla blanca al pecho y se soltó la que llevaba en la cabeza, dejando suelto su pelo castaño, que aún mojado le llegaba por la cintura.

–¿No vas a salir para darme un besito de bienvenida querida?

Suspirando Alice en caminó sus pasos a la habitación. Ian se encontraba sentado en el borde de la cama de matrimonio, hurgando en su bolsa de mano. Nada más sentirla alzó la cabeza hacia ella y se quedó mirándola con la boca abierta. "misón conseguida"; se felicitó Alice para sus adentros. Sin tardar en blasfemar del mismo modo. Ian no necesitaba una puesta en escena para dejarla babeando. El muy puñetero estaba tan bueno que ya se podría cubrir de estiércol y paja que a ella le cortaría la respiración del mismo modo.

–Por fin juntos y… solos, de nuevo, querida Lucy –celebró Ian, usando el nombre falso de ella con recochineo–. Cuánto te he echado de menos.

–Sólo hace dos días que nos vimos, Ian. No seas melodramático –suspiró ella, siguiéndole la broma. Con un gesto de cabeza señaló sus ropas sobre la colcha de la cama.

–Adelante, querida –concedió Ian con una gran sonrisa.

Alice recogió su montoncito de prendas perfectamente dobladas. Demasiado perfectamente para que hubiera sido ella quien las doblara. Por eso supo que él las había registrado. También tomó el macuto de piel y se dirigió al cuarto de baño. Tras encerrarse se vistió con las últimas ropas limpias que le quedaban, los vaqueros negros y la camiseta verde de tirantes. Rebuscó en la mochila y tras comprobar que el cargador de su pistola estaba vacío, como no podía ser de otro modo, y que no había quedado ningún cargador en ella, se guardó el arma en la parte trasera de la cinturilla del pantalón. Una pistola no sólo era útil si tenía balas. Bien lo sabía ella.

–Menuda desilusión –bufó Ian recostado sobre el cabecero de la cama al verla salir.

–¿Qué? –espetó ella, mirándose las ropas.

–No vamos a ningún lado, querida. Podías haberte puesto algo más cómodo o mejor… nada. Conozco tus hábitos y es tu hora de dormir. Más o menos hasta las cuatro de la mañana.

–Siempre y cuando no tenga visita –rebatió ella, intentando que pareciera que por lo único que le molestaba la presencia de Ian era porque le había jodido la siesta–. Y te aseguro que no permaneceremos juntos mucho tiempo. El recepcionista es un buen hombre. Tarde o temprano vendrá a comprobar que estoy bien.

–No quieres pasar la noche conmigo –reconoció él, simulando estar defraudado.

Ella estaba sentada al borde de la cama, agachada, mientras se calzaba las botas. Ian gateó por el colchón. Situándose a su espalda se sentó, dejándola a ella entre sus enormes y fuertes muslos. Le retiró el pelo húmedo del hombro y posó la barbilla en él. Alice tuvo que respirar entre dientes para contener el escalofrío que sintió cuando la mejilla de él rozó la suya, sensualmente rasposa por la barba de dos días.

–Yo pensé que te gustaba –ronroneó él muy cerca de su oreja.

–Todos creéis lo mismo y ninguno acertáis… jamás.

–Eres mala –le susurró al oído. El aliento de él al rozar el lóbulo de su oreja la hizo estremecerse–. Las niñas malas no van al cielo, ¿sabes?

–Pero menos ahí, vamos a cualquier parte –rebatió ella, apretando la mandíbula. ¿Por qué tenían que mandarlo a él? ¡Joder!–. Me alégrela haberte visto, pero… ya va siendo hora de que me marche.

Alice trató de ponerse en pie pero él se lo impidió asiéndola por la cintura con sus robustos brazos. Sin dejarse llevar por la tentación de parar a recrearse en el tacto de la piel de Ian, Alice echó la cabeza hacia atrás con todas sus fuerzas. Dándole un cabezazo en toda la mandíbula. Ian emitió un bajo gruñido y apretando más su amarre la hizo girar entre sus brazos para que quedaran enfrentados. Fue un error por su parte. Tendidos en la cama uno encima del otro, ella le asestó un rodillazo en la entrepierna y luchó por soltarse. Al no lograrlo aprovechó que él contenía un grito de dolor con los ojos cerrados para morderle una mejilla con todas sus fuerzas. Ian se zarandeó hasta que ella le soltó la cara. Pero con un rápido movimiento se ancló con los dientes al grueso labio inferior de él.

Ian en lugar de zafarse se quedó muy quieto. Luchar le había servido de poco con el anterior mordisco. Ella abrió los ojos, incrédula ante su rendición, pero no soltó su presa. La estaba retando. ¿Sabría Ian lo acertado que había sido para la corporación que lo mandaran precisamente a él? No, no podía saberlo. Pero entonces, ¿por qué se mantenía inmóvil mientras ella hacía presión con sus dientes hasta que un hilillo de sangre brotó de su boca? ¿Por qué la estaba besando ahora, volviéndola loca, haciendo que estuviera a punto de olvidarse por qué estaba él allí? Estaba claro. Porque era un presuntuoso como todos los hombres de su condición física. Y un profesional como la copa de un pino. Cosa que descubrió con tristeza, mientras se recriminaba a sí misma por caer en tal truco, al oír y sentir unas esposas cernirse sobre sus manos. Él se las había llevado unidas a las suyas sobre su cabeza y ella como una tonta se había dejado hacer. En un rápido y certero moviendo Ian rodó dejándola a ella bajo el peso de su cuerpo.

–Estás perdiendo facultades, Lucy –le reprochó, moviendo la cabeza, apoyado sobre sus codos–. En cuanto al casero, como tú has dicho es un buen hombre. Y no querrás que un buen hombre se vea mezclado en nuestros asuntos, ¿verdad?

–¿Le matarías? –preguntó Alice indignada al presuponer que Ian sería capaz.

–¿Y tú me lo preguntas? –la recriminó ofendido–. Hace dos días me apuntabas con un arma a la cabeza. Y… ¡Disparaste! Fallando por muy poco. Cosa que reafirma que estás perdiendo cualidades.

–No me gusta hacer daño a nadie gratuitamente.

–Y por lo visto últimamente ni tan gratuitamente –reprochó él, levantándose de encima de ella–. Pero no dudas en apuntar y descargar un arma sobre un viejo amigo. Eso me llegó al alma –se quejó, haciéndose el dolido, mientras tomaba el mando a distancia de encima de la tele y se sentaba en la esquina más cercana a esta.

****************

Pasaron dos horas en silencio. Ian hacía zapping por los pocos canales gratuitos, sentado en el suelo con la espalda apoyada en los pies del colchón. Alice se había rendido, de momento, y estaba dormida apoyada en el cabecero. Unos nudillos golpearon la puerta desde el exterior en una llamada que pretendía ser respetuosa, pero que sonó tan fuerte que hizo que Alice se despertada dando un brinco. Ian se desperezó y antes de abrir la puerta cubrió las manos esposadas de ella con el lado contrario del cobertor verde de la cama sobre el que descansaba la chica.

–Recuerda tu máxima: "ni una muerte gratis"; –le susurró y fue a la puerta.

Como ella había anunciado, el caritativo hostelero quería comprobar que todo iba bien. Que Dios nos libre de los buenos samaritanos, renegó Alice para sí misma. Si aquel gordo señor no hubiera dado signos de decencia no habría dudado ni por un segundo en usarlo para intentar huir. Pero su maldito código personal… "Tantos escrúpulos acabarán siendo la tierra que caiga sobre tu tumba cualquier día, nena"; recordó que Lexy la había advertido. Quizás había llegado el día en que el aviso de su difunta compañera de oficio se hacía real. Pero a Lexy tampoco le salvó la vida carecer de principios mínimos.

Ian abrió la puerta de par en par para que John pudiera comprobar con sus propios ojos que su tierna “Lucia” se encontraba a salvo y no junto a su supuesto maltratador novio. Siempre con una sonrisa encantadora, Ian le dio charla amablemente al recepcionista hasta que quedó seguro de que la cosa iba bien. Algo avergonzado al creer que había juzgado mal al joven, John se disculpó por el ruido constante de la habitación contigua. Ofreciéndose a llamar la atención a los ocupantes si les estaban molestando en demasía. Él había visto solo al hombre que había pagado por adelantado. Pero al parecer ahora tenía compañía y se lo debían de estar pasando de lo lindo. Adormilada, Alice, se daba cuenta en ese momento de que estaban hablando. Por la pared opuesta a la que estaba la cama se filtraba un rítmico golpeteo. Ian llevaba oyéndolo alrededor de una hora.

–No se moleste, caballero –lo animó Ian con una sonrisa pícara–. Aún es pronto. Y al ritmo de desgaste que llevan esos dos, no duraran hasta la noche. Además son muy silenciosos. Lo único que se escucha es el golpeteo de la cama contra la pared.

–No hay mérito. Los hombres no somos de mucho… de muchas palabras, en según qué momentos. –John miró cohibido a Alice y sonrojado agachó el rostro–. Y su acompañante sin duda alguna ha de ser una profesional. Usted ya me entiende. –En ese punto el hombre bajó la voz y se llevó una mano temblorosa al negro pelo–. Pero aun así les pediré que retiren un poco la cama de la pared. Una señorita como la que le acompaña a usted no tiene por qué…

–Por nosotros no se preocupe, de verdad –le interrumpió Ian y lo imitó, bajando el tono al tiempo que le tomaba del brazo–. Razón de más para no interrumpir al otro caballero, si quien le acompaña está realizando un trabajo. Tengo entendido que esas señoritas cobran por horas.

John poco convencido dio un par de cabezazos asintiendo, y tras rogarles que le informaran si empezaban a sentirse incómodos con los sonidos del amor de pago de sus vecinos, se marchó. "Claro que lo tiene entendido"; refunfuñó para sus adentros John. Estaba seguro de que aquel niño bonito jamás había tenido que pagar por un desahogo. Era más, se jugaba su mano derecha a que alguna vez en su vida, Ian, incluso había recibido ofertas para que fuera él quien brindara su “cariño” a alguna mujer.

***************

La noche cayó e Ian comprobó que estaba equivocado. El tipo de al lado y quien le acompañaba tuvieron aguante más que suficiente como para seguir toda la tarde hasta que el sol dio paso a la luna. El golpeteo era constante y continuo, como la lluvia que caía sin cesar. No se había escuchado ni un solo jadeo en todo el tiempo y, salvo por la voz del hombre en susurros breves, no se había oído otra cosa. De seguro la chica era una profesional y el tío un sieso, pensó asqueado Ian y apenado por la forma en la que la mujer tenía que ganarse la vida.

–Siento lo del ojo –musitó él, conmovido por un momento al pensar en lo triste que a veces eran las vidas de las mujeres con profesión poco convencionales.

Estaba sentado a los pies del colchón dando la espalda a Alice, que estaba apoyada en el cabecero con las piernas estiradas a lo largo de la cama. Ella, para incomodarlo y por pura diversión o aburrimiento, había estado hasta el momento dándole golpecitos con la punta de los dedos de los pies en la parte baja y trasera de la cadera. En ese momento sin darse cuenta había sincronizado sus toquecitos con el ritmo de la pareja de amantes vecinos. Paró de pasar las ajadas páginas de la revista de moda que había encontrado en el fondo de su mochila y cesó en seco de mover los pies. Despacito alzó la vista para mirar a los ojos a Ian. Parecía sincero y realmente arrepentido. La tristeza y el pesar, que se mecía en el agua intensamente azul de estos, la hizo estremecer y por un nanosegundo deseó abrazarle. Rápidamente recordó por qué estaban allí y se odió a sí misma por ser tan blanda.

–No aparentabas sentirlo cuando me arreaste –le gruñó de forma baja e inició de nuevo la tarea de pasar páginas de la revista y darle golpecitos con los pies.

–¿Qué querías que hiciera? –la retó a responder, levantándose el polo blanco y mostrándole un moretón que le cubría casi todas las costillas.

Alice hizo ver que le ignoraba y siguió con las dos únicas actividades de la tarde. Página, toquecito, página, toquecito. Intentando controlar un ramalazo de furia, Ian la tomó con fuerza de uno de los tobillos y puso la planta del pie descalzo de ella sobre la marca de su costado. Casaban a la perfección.

–¿Mirar para otro lado? –sugirió ella, apretando los dientes y dando un tirón para soltarse sin lograrlo–. ¿Hacer como que no me habías visto? ¿Volver a casa y decir que no me encontraste? Y luego eres tú quien me habla de compañerismo –le gruñó, tirando de su pierna con más fuerza–. Te reconcome lo del ojo. Pues no importará una mierda cuando me entregues. Sólo intento salvar la vida. Me llevas a una muerte segura.

Estando allí en silencio, con Ian viendo la tele y ella ojeando una revista en una tarde lluviosa, casi había olvidado por momentos la realidad. Él no era su novio, ni su amigo, no estaban de vacaciones. Sus manos esposadas eran una clara señal. Mañana al amanecer no partirían hacia algún paraje hermoso de excursión, tras haber estado toda la noche cobijados juntos bajo las sábanas después de una maratón de buen sexo. Tenía que escapar como fuera.

Con tal fin en mente, Alice dejó de intentar soltarse para con todas sus fuerzas golpear de nuevo a Ian en las costillas con el pie que él aún mantenía pegado a estas. Antes de doblarse de dolor Ian la atrajo con fuerza hacia él, llevándosela en su caída al suelo. Ella se revolvió y trató de huir de él a gatas por la ennegrecida y roída moqueta verde. Ian la arrastró de nuevo y después se dejó caer con todo el peso de su cuerpo sobre ella.

–No vas a morir –le ladró aún jadeando de dolor–. Él no te quiere muerta. Pero no puedo decir lo mismo de mí. Si vuelvo sin ti será lo último que haga.

–¿Eso te ha dicho? –preguntó ella con la voz entrecortada, retorciéndose bajo él. Sin apenas aliento Ian asintió y ella soltó una amarga risotada antes de hablar–. ¿Y tú le has creído o sólo pretendes que te crea yo?

–Las dos cosas.

–¿Qué te ofendería más –quiso saber ella, cínica– que no te creyera o que pensara que eres gilipollas por tragarte tal cosa?

–Las dos cosas –repitió él con una sonrisilla y un jadeo pues Alice no dejaba de resistirse a su peso.

–Antes que yo hubo otras –recordó con amargura Alice–. Seguro que a Lexy le dijeron lo mismo antes de llevarla de nuevo con él cuando trató de escapar. ¿Por qué iba a ser diferente conmigo?

El silencio se hizo atronador. Sólo se escuchaban sus trabajosas respiraciones y el golpeteo incesante proveniente de la otra habitación. Ian clavó con odio su mirada en los verdosos ojos de ella. ¿De verdad que ella ignoraba por qué su caso era diferente o estaba jugando con él? Estaba jugando con él, seguro. Y aquella certeza le dolía más que sus recientemente re-maltratadas costillas. El aliento de Alice tan cerca de su boca le estaba quemando como fuego que se expandía por toda su piel. El verla sonrojada por el forcejo bajo él, con el pelo enredado y los labios incitantemente entreabiertos, le estaba volviendo loco. Alice le sostenía la mirada con soberbia, como si le hubiera pillado en un renuncio. Entonces cayó en la cuenta. No lo sabía. Ella pensaba que le había dejado sin réplica posible. Ignoraba por completo la desigualdad entre ella y su compañera muerta por negarse a cumplir con su trabajo. ¿Cómo se podía ser tan ingenua y sobrevivir en su mundo tanto tiempo? Maldita sea, esa ingenuidad, o pureza de corazón, era la culpable de que ambos estuvieran allí. Encabronado se levantó y tirando de las manos de ella la ayudó a ponerse en pie.

–Porque está enamorado de ti –musitó él, alejándose hacia la puerta. Se detuvo frente a esta antes de abrir y de espaldas añadió en tono bajo–: Como todo el jodido mundo a tu alrededor. Pero estás tan ciega…, que de verdad conseguirás que te maten.

Sin volverse para mirarla salió dando un portazo. Una vez en el exterior se dejó caer contra la puerta. Alzó la cara cubierta por ambas manos y se la frotó enérgicamente. Suspiró de manera sonora y le endiñó una patada a la puerta con la planta del pie. La lluvia caía a raudales más allá del porche que protegía el pasillo de puertas del resto de los dormitorios. No se veía a más de un metro, excepto cuando algún rayo iluminaba con un estruendo todo el aparcamiento. Había varios camiones de distintos tamaños, dos furgonetas de reparto y su Audi S5 negro. Al menos Alice había sido lo suficientemente avispada de no dejar allí delante su coche. Descuido que sí que le habría preocupado más que el hecho de que errara en un disparo hacia él.

***************

El sonido del agua al caer y el aire fresco lo habría calmado. Pero el continuo soniquete de la habitación contigua era también audible en la calle. Y realmente ya empezaba a sacarle de sus casillas. Sacando fuera toda su frustración golpeó con fuerza la puerta de su ruidoso vecino. La actividad cesó en ese instante, el sonido de la lluvia reinó. Ian iba a marchase pensando que con la advertencia de que estaba molestando a la pareja le había bastado para pillar la indirecta. La puerta se abrió justo en el momento que él iba a regresar a su propio cuarto.

–¿Qué quieres? –le desafió una voz grave, con tono de muy pocos amigos y menos educación.

Ian tuvo que levantar la barbilla para ver los ojos de aquel hombre. Esto le hizo alzar las cejas por la sorpresa. Con su metro noventa, pocas veces se había visto en la necesidad de hacer tal cosa. El tipo no era un tipo. Era una jodida montaña, y le extrañó no encontrar nieve en su coronilla encontrándose a tal altura. Era tan ancho como el quicio de la puerta. De pezón a pezón en su pecho descubierto cruzaba una cadena anclada a dos aros. Su cabeza era una bola de billar, en la que nacía una cicatriz horrendamente ancha que le bajaba por la frente, le cruzaba un ojo ciego, que había perdido todo color, y terminaba en su labio superior deformándoselo de manera siniestra. A Ian no le extrañó que aquel ser tuviera que pagar por sexo y que aprovechara hasta el último minuto. Tenía que serle imposible dar con una mujer decente que se acercara a él en lugar de correr despavorida en dirección contraria. Y tampoco le resultaría nada fácil encontrar una puta tan necesitada como para tomarle por cliente. El personaje era horrible y bajo la luz de los rayos… Si Ian no fuera como era y su oficio no le hubiera demostrado en multitud de ocasiones que el león no suele ser tan fiero como se ve…, habría salido corriendo a cambiarse los calzoncillos.

–Disculpe que le moleste, caballero –atinó a decir tras que el último relámpago dejara de resonar–. Mi compañera y yo estamos hospedados en este otro dormitorio y me preguntaba si sería posible… Bueno, quizás sea buen momento para darle un descanso a su amiga. No sé, sólo unos quince o veinte minutos seguidos. El tiempo justo para que nos quedemos dormidos.

El hombre le miró directamente a los ojos desafiante, con una sonrisa desagradable a más no poder. Mientras Ian intentaba concentrase sólo en mirarle el negro ojo sano, le devolvió su sonrisa usando el modelo pícaro: hablando entre hombres. Lamentaba no tener cargada la pistola que ocultaba en la cinturilla de sus vaqueros desgastados. Pero estando cerca de Alice no se podía permitir tal lujo. De haber tenido sólo una bala en la recámara le habría enseñado a aquel montón de mierda que a él no se le miraba de aquel modo. No es que pretendiera dispararle. Con el simple hecho de haber demostrado sus cojones encañonándola contra la sien de aquella mole, le hubiera bastado para bajarle los humos. Pero tampoco se fiaba de marcarse un farolón con semejante ejemplar.

Sin borrar su siniestra sonrisa de la cara, ni retirar su inquietante mirada, el hombre le cerró la puerta en las narices. Bueno, él ya había entregado el mensaje. Ya vería si no tenía que volver para recalcarlo. Antes de hacerlo se encargaría de pasar por la habitación que él había reservado aparte, para mantener sus cosas: las balas, las llaves del coche y de las esposas, lejos del alcance de Alice.

De regreso a su dormitorio encontró que Alice había revuelto toda la habitación. Sin duda alguna tratando de encontrar todo lo que a buen recaudo había guardado bien lejos de ella. Ian meneó la cabeza con pesar encogiendo un extremo de sus labios. Realmente le consideraba idiota. Extrañamente aquello le consoló. Pues acababa de descubrir que le ofendería más que ella desconfiara de él a que le creyera gilipollas. Ahora ella estaba rendida, sentada con las piernas a lo buda en el suelo del centro de la habitación.

–¿Por qué me miras de ese modo? –le exigió, poniéndose en pie para sentarse en la cama contra el cabecero.

–¿Cómo se supone que te estoy mirando? –respondió Ian, quitando la expresión de imbécil que sabía tenía impresa en la cara, antes de sentarse en la butaca de roída pana marrón junto a la ventana.

–Como si esperaras que mi último deseo fuera echar un polvo. –Él río ante su bravuconada–. ¿Ves? Pues olvídalo, no estoy de humor. Y aunque lo estuviera, no creas que estoy tan desesperada como para tirarme a los brazos de mi verdugo.

–Una pena, entonces –suspiró Ian antes de ir al baño y hablarle desde allí mientras se lavaba los dientes–. Además, en este caso yo no soy tu verdugo. Y no sólo por el detallito de que nadie va a matarte –le recordó, asomándose por la puerta con el cepillo en la boca, para volver a desaparecer. Alice lo escuchó escupir y enjuagarse–. El verdugo es el que da fin a una vida y en este caso…

–Corta el rollo, Ian. Ya sé la diferencia. Tú sólo me estás entregando –canturreó ella con recochineo–. No serás quien me mate, pero serás igual de culpable.

Cuando Ian volvió al dormitorio la vio limpiarse el rostro. Saber que alguien tan fuerte y valerosa como tenía que ser cualquiera que hubiera elegido la vida de ella estaba asustada hasta el punto de llorar le hundió en la más absoluta miseria. Tomó asiento junto a ella. Sin atreverse a limpiarle las lágrimas o dar signo alguno de conmoción, pues en su mundo hubiera sido una ofensa pensar que ella necesitaba consuelo, habló.

–¿Sabes por qué me eligió a mí para llevarte de vuelta?

– Me lo he preguntado a cada minuto desde que andas tras de mí –reconoció Alice, sorbiendo por la nariz.

–Porque soy el único al que sabe incapaz de hacerte daño, más allá de lo puramente necesario –susurró, mostrando el dolor de corazón que le causaba el moretón que le había dejado en el ojo, al tiempo que se lo acariciaba de manera casi imperceptible con el índice–. No te quiere muerta. Alice, créeme.

–Yo a ti te creo –rebatió ella, y antes de continuar se alejó de él todo lo que pudo para tumbarse de costado, dándole la espalda–. Te creo un gilipollas por creerle. Claro que no quiere que llegue muerta. Eso es algo que él prefiere hacer con sus propias manos.

–Alice, yo…

–Cállate de una puta vez, Ian. No quiero oírte.

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Hablarle de aquella manera le escocía más que el golpearle. El muy hijo de puta de su jefe estaba usando lo que fuera que había visto que existía entre los dos, y que ella comenzaba a vislumbrar, para asegurase de que sus órdenes se cumplían. El muy cerdo se había dado cuenta de que ella sería incapaz de matarle para salvar su propia vida. Y él no la dejaría escapar por el miedo a que mandaran a otro que no le tuviera tanto aprecio. Por eso había elegido a Ian.

Por todo lo sagrado, su vida era un auténtico asco. En una realidad paralela su otra “yo” disfrutaba de lo lindo de la situación. Le hablaría a Ian con la voz melosa que siempre pugnaba por salir de ella cada vez que lo tenía cerca, en lugar de verse obligada a maltratarle física y verbalmente para poder salvar la vida. La otra Alice habría retozado con él durante un buen rato y en ese preciso momento estaría sobre o bajo él, eso era indistinto, disfrutando de aquel cuerpazo fabricado para el pecado, el deleite y la perdición de cualquier mujer heterosexual u hombre homosexual. Pero no, ella tenía que mantenerse alejada. Su vida además de un asco era injusta, una mierda. Lo único que la consolaba de todo aquello es que pronto se acabaría. "Nada nena, lo mismo en tu reencarnación tienes más suerte y naces escoba";

Lo más gracioso de todo era que, mientras ella seguía lamentándose en silencio, Ian hacía lo mismo con similares pesares. Añadiendo que tendría que tumbarse en el suelo con sólo una toalla doblada bajo la cabeza, para que su sueño no fuera excesivamente profundo y poder percibir cualquier movimiento sospechoso de Alice si trataba de escapar. Más que gustoso la dejaría hacerlo. Confiaba con toda su alma en la palabra de su jefe de que no la mataría. Pero aun así sabía que su recibimiento estaría lejos de ser algo agradable. Lo único que le mantenía en aquella misión que le revolvía las entrañas era la certeza de que si era necesario mandar a otro en busca de Alice… El acabaría muerto y ella se revolvería, del mismo modo que había hecho con él, contra cualquiera que intentara regresarla a casa. Cualquiera, excepto el propio Ian, hubiera encontrado una minucia no cumplir con la cláusula que exigía el gran jefe de entregársela aún respirando.

–¿Me las quitarás para dormir? –preguntó Alice.

Su voz sonó cansada y derrotada. Se había girado sobre el costado, mostrándole las manos esposadas nada más que Ian se había echado en el suelo.

–Puedo esposarte al cabecero –sugirió, incorporándose–. Cambiártelas a los pies, tienes los tobillos finos. Eso o esposarte a mí si no te importa que compartamos cama.

En su voz no hubo ni un sutil deje de picardía. Se estaba ofreciendo de manera honorable, sus azules ojos se lo decían. No era un farol o una burla sinuosa. Sólo quería ofrecerle optativas que la hicieran dormir con mayor comodidad. Eso mandó el alma de Alice directamente al fondo de sus pies. Su cara palideció y se forzó a ser desagradable. Por mucho que la perspectiva de tenerle tendido cerca de ella le tentase. Sus planes requerían libertad de movimientos.

–Ni en tus mejores sueños, chaval. Déjalo, así estoy bien. Que descases –le deseó de mala gana, añadiendo antes de cerrar los ojos de cara a él–: Si es que la conciencia te deja, camarada.

Antes de hacerse la dormida se besó el tatuaje con forma de estrella con una insignia japonesa del interior de su muñeca. Se lo mostró a Ian de manera significativa y después metió las manos bajo la almohada. El chico se frotó la marca gemela de su propia muñeca y se acercó la lámpara de mesa un poco más a la toalla blanca que usaría de almohada, antes de recostarse en el suelo.

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“Cara cortada” al otro lado de la pared seguía dándole marcha a su cuerpo. En realidad había vuelto a las andadas sólo cinco minutos después de que Ian le llamara la atención y no había parado desde entonces. Cansado y asqueado, decidió darle una segunda advertencia, aprovechando para desquitarse con él del mal genio que le provocaba su peor suerte. Aporreó de nuevo la puerta del gigante verde. Pero esta vez el ruido rítmico no cesó. Se acentúo, se volvió más rápido, violento y exigente. Al parecer el ciclope había elegido el mismo momento que él para salir, para empezar un sprint final. Eso era demasiado. Ian habría matado a cualquiera que le interrumpiera en ese oportuno instante. Iría a ver al casero. Que se comiera el buen hombre el marrón. Ese era uno de sus cometidos, ¿no?

Llegó a la recepción protegido de la lluvia por el tejadillo que ésta golpeaba sin piedad. Entró y le comentó a John su problema, bromeando sobre que era sobrehumano el aguante de aquel tipo, mientras le comentaba lo extraño que le parecía que el ruido del cabecero de la otra habitación se filtrara con tanta claridad y rotundidad. Él mismo había podido comprobar por la pequeña abertura de la puerta, que estaba situada en la pared que no compartían. Al otro extremo del dormitorio. Si para ellos era molesto, no quería ni pensar la tortura que estarían sufriendo los vecinos de ese lado.

John saliendo de detrás del mostrador le aseguró que se encargaría de arreglar la situación y lo dejó solo en la recepción. En ella había varias maquinas expendedoras e Ian se entretuvo en sacar un surtido variado de golosinas y refrescos. Alice no dormía, eso él bien lo sabía. De repente su consciencia le fustigó, haciendo que se gastara hasta la última moneda. Llevaba encerrado horas con Alice, de seguro ella no había almorzado y su aparición la había forzado a saltarse también la cena.

De camino a la habitación, Ian se cruzó con John, que le aseguró que no serían molestados de nuevo y que de no ser de ese modo le avisaran. Aquel tipo era de lo más desagradable y encantado llamaría a quien estuviera de guardia en la comisaría si era necesario. Sus clientes tenían total libertad de hacer lo que le viniera en gana en sus dormitorios, excepto molestar al resto. Dándole las gracias Ian se despidió y entró en su cuarto. Alice continuaba bajo su fingido sueño y no pareció inmutarse con su cercanía cuando dejó sobre la colcha de la cama parte del botín sustraído a las máquinas de refrigerios de la recepción. Con un suspiro cansado, Ian volvió a sentarse en el suelo y dio buena cuenta de los sucedáneos de alimento que se guardó para sí mismo. No fue hasta que él terminó y se recostó cerrando los ojos, que escuchó a Alice abrir una lata de cola y una bolsa de patatas. Oyéndola comer se quedó dormido.

***************

Alice tenía un hambre descomunal pero se obligó a parar de ingerir aperitivos mucho antes de que estuviera saciada. Aquellas malditas cosas eran muy ruidosas y si seguía Ian jamás entraría en una fase de sueño más profunda. Le había estado observando y controlando su respiración hasta quedar segura de que estaba dándose un viajecito con Morfeo. Con todo el sigilo del cual se enorgullecía de poseer, Alice bajó de la cama y se acuclilló junto a la cabeza de Ian. Se dio unos segundos para observar su rostro. El muy puñetero era perfecto. El gesto de preocupación y seriedad que embargaba su cara durmiente, era tiernamente cómico. Pues con sus facciones angelicales parecía un bebé enfurruñado. Era algo antinatural. Aquella cara no había sido creada para adoptar tales expresiones. Se asemejaba demasiado a un niño obstinado que se reconcome la cabeza para resolver un problema de matemáticas de tres cursos superiores al suyo. Y ella estaba a punto de convertirse en la malvada madrastra del cuento que le castigaba físicamente por ser incapaz de resolver algo que por mucho que él se esforzara en resolver quedaba muy lejos de sus posibilidades el hacerlo. "Odio ser la mala de los cuentos cuando no me pagan por ello",se lamentó Alice para sus adentros, forzándose a apartar la vista de Ian antes de verse arrastrada por la tentación a acariciarle el pelo. Cosa que sin duda alguna le despertaría.

Alice se giró sobre sí misma despacio, para comprobar la hora en el reloj de la mesita de noche: la una de la madrugada. Sin necesidad de levantarse para correr las cortinas supo que estaba lloviendo a mares. Tal y como había estado haciéndolo desde que se metiera en la ducha hacía tantas horas. El sonido de ésta mojando el asfalto, orquestado con el de los vecinos dándose placer, era la única confirmación que necesitaba. Atrapando un suspiro de pesar en su garganta Alice se animó a actuar. Levantó con cuidado la lamparita que Ian había dejado junto a su cabeza, encendida, derramando la débil luz sobre sus párpados. La alzó con ambas manos por encima de la suya y con un golpe seco la impactó contra la cabeza de Ian, sólo un segundo después de que los ojos de él parecieran intentar abrirse. La habitación quedó totalmente a oscuras. Alice contuvo la respiración un par de segundos, esperando con el corazón encogido a que Ian la atacara. Pero no lo hizo. Aterrada por la posibilidad de haber invertido demasiada fuerza en el golpe, buscó a tientas su mano por la moqueta. Cuando la halló le comprobó el pulso. Sólo entonces respiró dejando escapar un jadeo por el alivio. Estaba vivo. Inconsciente, pero vivo.

A toda velocidad encendió la luz general del dormitorio. Comprobó que la cerámica, de la que estaba hecho el hortera jarrón que había servido de pie para la lámpara, no hubiera lacerado la piel del hermoso rostro de Ian al hacerse pedazos con el impacto. Los recogió del suelo. Pues no quería que Ian se cortara la planta de los pies cuando se despertara descalzo y procedió a… descalzarle. Le registró los bolsillos. En ellos encontró la llave de su habitación y otra muy similar pero sin llavero que indicara a qué habitación pertenecía. Chico listo, él sabía que no iría de dormitorio en dormitorio probando la llave hasta dar con el adecuado. Pero en lo que no había pensado era en John. Alice era consciente de que ella había conmovido al casero. Podía inventarse cualquier lacrimógena excusa para que el recepcionista le dijera el número correcto. Aunque si aparecía esposada éste llamaría a la policía y… eso no era buena idea. “Mierda”, iba a ser difícil de narices conducir esposada. “Doble mierda” más complicado que conducir con las manos atadas iba a ser conducir… sin las putas llaves. Aunque hacer un puente y forzar la puerta de su propio coche era una opción más que aceptable. Ya pensaría después cómo deshacerse del hierro que mantenía sus extremidades superiores unidas.

Por suerte para ella, no se había descalzado. Ian no había sido tan precavido y había tirado sus botas lo más lejos que pudo cayendo de seguro en un enorme charco de fango a más de treinta metros en la negrura de la noche. Como sí había hecho ella con las del chico antes de lanzarse a la carrera, bajo la torrencial lluvia, hacia la parte trasera del hotel donde esperaba su Infiniti g35 negro. Los rayos y truenos rompían alrededor de ella el sonido melódico del aguacero y la oscuridad impenetrable de la noche, sólo mancillada por las escasas farolas que iluminaban pobremente el complejo hostelero.

Bañada en sudor y lluvia, con la ropa pegada al cuerpo y el pelo a la cara, las botas llenas de barro y los bajos de los vaqueros enlodados, maldijo bien alto con la seguridad de que nadie la oiría, pues un trueno ocultó el sonido de su grito. La luz blanca de una serpiente celeste partiendo el firmamento le mostró lo que causó su “Triple mierda” y demás apelativos nada halagadores hacia Ian. Los cuatro neumáticos de su Infiniti estaban deshinchados. Con los dedos engarrotados por la ira palpó la goma mojada y sin fuerza de la rueda delantera. Sus yemas detectaron una raja profunda y larga que se extendía a lo largo de la cuarta parte de la curvatura de la rueda. Perfecto, Ian se lo había buscado. Se iría con el suyo. Mañana no le parecería tan buena idea haberle rajado las cuatro ruedas. Sin dejar de refunfuñar volvió sobre sus pasos a la parte delantera del hotel.

–¡¡Hijo de la gran puta!!

Fue lo más suave que pudo gritar, desechando el resto de apelativos cariñosos que circularon por su mente al comprobar que el propio Ian había desinflado las ruedas de su flamante Audi. Seguramente pensaba solicitar un compresor al recepcionista por la mañana para poder marcharse. Para ella las esposas seguían siendo el detalle sin importancia que le impedía hacer lo mismo. “Jodido sicópata retorcido” lo insultó en su mente, sin poder evitar enorgullecerse de la hábil mente del que en su día fuera su compañero.



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NOTA: obra registrada en el registro de propiedad intelecutal de safe creative numero: 1011137838724‏




Luz Niria: Gracias a ti por compartir un poco de tu tiempo e invertirlo en leer y hacerme llegar tus impresiones. Me alegra muchismo que te gustara el final. Todas tus preguntas y dudas sobre los personajes y sus reacciones, quedaran respondidas en el siguente tramo de la aventura. No se quedara nada sin resolver cielo. De nuevo mil gracias por el apoyo Y MILES DE BESOS ENORMES desde Madrid.



Dimka: Un orgullo estar entre tus favoritas, de verdad. Gracias por darme tu apoyo y comentar aun que fuera de vez en cuando, siempre se agradece. Estoy muy contenta de que te gustara como quedo la historia. Muchos besos. Nos vemos pronto.



Salem: Tranquiloooo que no cunda el pánico jajaj de momento. Pero en serio tranquilo que no te perderas la trasformación de Cassidy, la veras de manera detallada muy pronto. Al tio de Cass creo que lo que menos le va a preocupar va a ser esa invitacion que nunca llego jaja y como con la trasformación, los demás interrogantes quedaran resultos proximamente. Me alegro de que hayas estado tanto tiempo al pie del cañon y espero me acompañes también en la próxima entrega. Mil gracias niño y un millón de besis.



Danyyy: O reina yo si que te adoro eres genial, estoy tan feliz de que te gustara todo. Eres de lo mejorcito de la red corazón. Espero contar contigo para continuar el viaje por que hasta ahora me has ayudado y salvado de muchas. No tienes precio. Tqm cielo. Mil besis



Raven Black: Me dejas con tal tranquilidad al saber que no te decepcione pufff que descanso, gracias nena. Estoy feliz de que quedaras contenta. Gracias por andar siempre por aqui, espero verte en el sieguente tramo y seguir sin decepcionar a nadie. Mil besis.



Mellanie: Gracias por tus palabras nena, de verdad que me encanta verte tan emocionada, me entusiasma. No te preocupes que como comente no nos perderemos ni la conversión ni el enlace, es mas lo veremos con todo lujo de detalles. Y también sabremos las reacciones que esto causo en el resto de personajes y que es de sus vidas. Pronto más y confió en que no te lo pierdas. Un millar de besitos y besazos.



Anna: Corazón sip centro de nada los chicos volverán hacer de las suyas y por el foro tb, por cierto muchas gracias por ser tan proactiva en todo, eres un cielo. Que gusto saber que tanto el final como la historia en general te gustaron. Dentro de poquito más (tb Cass de vampira jaja) Ey confió que siga gustándote. Mil gracias y un millón de basazos.



Eemaria: Nalla sinceramente no tengo palabras. Si ya tenias ganado el cielo ahora, estas ultimas semanas, te has ganado una plaza en el reservado VIP. No hay manera de decir lo que siento sin quedarme corta en cuanto te aprecio y el valor que tiene para mi tu amistad. Necesitaria mil paginas y no llegaría ni a un uno por ciento del total. Nena eres ... jaja no digo nada y te lo digo to. Si ciertamente sera rara para nosotras esta segunda parte pero..... eso hará mas interesantes las noches de lectura y testado .... mas aun jajaj, menudas noches nos esperan. Estoy deseando empezar. Ya sabes Nalla. TE QUIERO.



Aurim: Nena el regalo me lo haces tu cada semana con tu inestimable ayuda y labor, sabes que sin tu cheking yo no publico ni la hora jaja bueno si lo hago pero........... se nota se nota jajaja. Y bueno jaja en nada te llegara mas trabajito de la siguiente fase jaja el proyecto continua y tengo que agradecerte que hayas estado ahi y que sigas estando. No te puedo pagar pero.... recibe mis bonos de cariños que es lo unico que tengo jajaja. Te QUIERO sevillana y ya sabes quien sera la siguente no? jaja Espero no decepcionaros a ninguna.Mil besis.



Sonita-24: ooooo nena que el comentario anterior lo escribi el viernes y tu envio de croketas me llego el sabdo jaja pero que conste publicamente que Sonia cumplio con sus pagos jajaja. Nena tranquila que veremos todo proximamente y ya veras que las semanas se pasan volando. Mira ya paso una jaja. Cielo que te quiero un monton y te agradezco mil que hayas mostrado interes en esto, te hace diferente, y eso es muy bueno. Tu apoyo a sido muy especial y lo sabes. Nos vemos en el proximo camino, y shshshs no digas nada. Que todo tiene que ser sorpresa jajaj.Mil besis.



Artemisa: Gracias por tus palabras siempre son muy alentadoras. Me alegra saber que no defraude a nadie. Espero poder contar con tu critica en los futuros proyectos. Se agradecen tus palabras. Mil besis. Confio en que nos veamos por aquí. Besos.

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