(Publicado el 16/07/11)
¡Hola a todos! Aquí os traemos el adelanto de julio de "Príncipe Mecánico", que ha resultado ser nada más y nada menos que el prólogo del libro. Puede que algunos de vosotros ya lo hayáis leído, pero se debe a que se filtró en abril, sin permiso de la autora ni de la editorial. Pero ahora que "oficialmente" toca, aquí lo tenéis. ¡Esperamos que os guste! ; )
¡Hola a todos! Aquí os traemos el adelanto de julio de "Príncipe Mecánico", que ha resultado ser nada más y nada menos que el prólogo del libro. Puede que algunos de vosotros ya lo hayáis leído, pero se debe a que se filtró en abril, sin permiso de la autora ni de la editorial. Pero ahora que "oficialmente" toca, aquí lo tenéis. ¡Esperamos que os guste! ; )
PRÓLOGO: La Difunta Desheredada
La niebla era espesa, amortiguando los sonidos y la visión. Allá donde esta se disipaba, Will Herondale podía ver el principio de la calle ante él, resbaladiza, húmeda y negruzca a causa de la lluvia, y escuchó las voces de la muerte.
No todos los cazadores de sombras podían oír a los fantasmas, a menos que estos decidieran ser oídos, pero Will era uno de los pocos cazadores que podía. A medida que se aproximaba al viejo cementerio, oía elevarse las voces en una harapienta coral: gemidos y súplicas, llantos y gruñidos. Este no era un campo santo en paz, pero Will ya sabía eso; no era su primera visita al Cementerio de Cross Bones cerca del Puente de Londres. Hizo todo lo posible por apartar las voces, encorvando los hombros y agachando la cabeza para que el cuello le cubriese las orejas, mientras una fina llovizna le humedecía su cabello negro.
La entrada estaba a medio camino de la manzana donde un par de puertas de hierro forjado se empotraban en un alto muro de piedra. Todo mundano que pasara por allí podía ver la gruesa cadena que mantenía las puertas cerradas y la inscripción que declaraba clausurado el lugar –había pasado quince años de la última vez que un cuerpo fuera enterrado allí. Cuando Will se acercó a las puertas, algo no mundano se materializó fuera de la niebla: una gran aldaba de bronce en forma de mano, con los dedos huesudos y esqueléticos. Con una mueca Will extendió una de sus manos enguantadas y levantó la aldaba, dejándola caer una, dos, tres veces. A través de la noche resonó el hueco sonido metálico como el repicar de las cadenas del fantasma de Marley.
Más allá de las puertas la niebla se alzaba como vaho de la tierra, ocultando las inscripciones de las sepulturas y las alargadas e irregulares parcelas de tierra que se extendían entre ellas. Con gran lentitud la bruma empezó a fusionarse, asumiendo un inquietante resplandor azul. Will puso las manos sobre los barrotes de las puertas y el frío del metal se filtró a través de sus guantes hasta entrar en sus huesos. Will se estremeció. Hacía algo más que un frío común: cuando los fantasmas se levantaban, extraían la energía de su alrededor, privando de calor al aire y al espacio que los rodeaban. A Will se le erizó el pelo de la nuca y se puso en guardia cuando la niebla azul lentamente tomó la forma de una anciana con la cabeza inclinada, que vestía un traje andrajoso con delantal blanco.
–¡Hola, Mol! –saludó Will–. Esta noche se te ve particularmente bien, si me permites decirlo.
La fantasma levantó la cabeza. La vieja Molly era un espíritu fuerte, uno de los más fuertes con los que Will se había topado. Incluso con la luz de la luna arponeando una brecha entre las nubes, ella apenas se veía transparente: su cuerpo era sólido, su cabello se retorcía en un grueso moño gris leonado sobre un hombro y sus ásperas manos rojas se apoyaban sobre sus caderas. Sólo sus ojos se veían huecos, con dos llamas azules gemelas parpadeando en sus profundidades.
–William Herondale –respondió–. ¿De regreso tan pronto?
Ella se movió hacia las puertas con ese deslizamiento característico de los fantasmas. Estaba descalza y tenía los pies sucios a pesar del hecho de que ellos jamás tocaran el suelo.
–Sabes que yo echaría de menos tu bello rostro –dijo Will inclinándose contra las puertas.
Ella sonrío burlona, con sus ojos parpadeando, y Will pudo atisbar brevemente su cráneo bajo su piel translúcida. Sobre sus cabezas las nubes se habían vuelto a apretar unas contra otras, negras y amenazantes, ocultando totalmente la luna. Ociosamente Will se preguntaba qué había hecho la Vieja Molly para conseguir que la enterraran allí, lejos de tierra consagrada. La mayoría de las voces susurrantes de la muerte pertenecían a prostitutas, suicidas y niños que nacían muertos… Aquellos muertos marginados que no podían ser enterrados en lugar sagrado. Aunque Molly había conseguido que la situación le fuese bastante provechosa, así que tal vez a ella no le importase.
Ella se rió con satisfacción.
–¿Entonces qué es lo que quieres, joven cazador de sombras? ¿Veneno de Malphas*? Tengo la garra de un demonio Morax, pulida con esmero, con el veneno en la punta completamente invisible…
(*Malphas: en demonología es un poderoso ente demoniaco del Infierno, con cuarenta legiones de demonios bajo su mando, con gran poder mental sobre su enemigo, se muestra como un cuervo que cambia a forma de hombre.)
No todos los cazadores de sombras podían oír a los fantasmas, a menos que estos decidieran ser oídos, pero Will era uno de los pocos cazadores que podía. A medida que se aproximaba al viejo cementerio, oía elevarse las voces en una harapienta coral: gemidos y súplicas, llantos y gruñidos. Este no era un campo santo en paz, pero Will ya sabía eso; no era su primera visita al Cementerio de Cross Bones cerca del Puente de Londres. Hizo todo lo posible por apartar las voces, encorvando los hombros y agachando la cabeza para que el cuello le cubriese las orejas, mientras una fina llovizna le humedecía su cabello negro.
La entrada estaba a medio camino de la manzana donde un par de puertas de hierro forjado se empotraban en un alto muro de piedra. Todo mundano que pasara por allí podía ver la gruesa cadena que mantenía las puertas cerradas y la inscripción que declaraba clausurado el lugar –había pasado quince años de la última vez que un cuerpo fuera enterrado allí. Cuando Will se acercó a las puertas, algo no mundano se materializó fuera de la niebla: una gran aldaba de bronce en forma de mano, con los dedos huesudos y esqueléticos. Con una mueca Will extendió una de sus manos enguantadas y levantó la aldaba, dejándola caer una, dos, tres veces. A través de la noche resonó el hueco sonido metálico como el repicar de las cadenas del fantasma de Marley.
Más allá de las puertas la niebla se alzaba como vaho de la tierra, ocultando las inscripciones de las sepulturas y las alargadas e irregulares parcelas de tierra que se extendían entre ellas. Con gran lentitud la bruma empezó a fusionarse, asumiendo un inquietante resplandor azul. Will puso las manos sobre los barrotes de las puertas y el frío del metal se filtró a través de sus guantes hasta entrar en sus huesos. Will se estremeció. Hacía algo más que un frío común: cuando los fantasmas se levantaban, extraían la energía de su alrededor, privando de calor al aire y al espacio que los rodeaban. A Will se le erizó el pelo de la nuca y se puso en guardia cuando la niebla azul lentamente tomó la forma de una anciana con la cabeza inclinada, que vestía un traje andrajoso con delantal blanco.
–¡Hola, Mol! –saludó Will–. Esta noche se te ve particularmente bien, si me permites decirlo.
La fantasma levantó la cabeza. La vieja Molly era un espíritu fuerte, uno de los más fuertes con los que Will se había topado. Incluso con la luz de la luna arponeando una brecha entre las nubes, ella apenas se veía transparente: su cuerpo era sólido, su cabello se retorcía en un grueso moño gris leonado sobre un hombro y sus ásperas manos rojas se apoyaban sobre sus caderas. Sólo sus ojos se veían huecos, con dos llamas azules gemelas parpadeando en sus profundidades.
–William Herondale –respondió–. ¿De regreso tan pronto?
Ella se movió hacia las puertas con ese deslizamiento característico de los fantasmas. Estaba descalza y tenía los pies sucios a pesar del hecho de que ellos jamás tocaran el suelo.
–Sabes que yo echaría de menos tu bello rostro –dijo Will inclinándose contra las puertas.
Ella sonrío burlona, con sus ojos parpadeando, y Will pudo atisbar brevemente su cráneo bajo su piel translúcida. Sobre sus cabezas las nubes se habían vuelto a apretar unas contra otras, negras y amenazantes, ocultando totalmente la luna. Ociosamente Will se preguntaba qué había hecho la Vieja Molly para conseguir que la enterraran allí, lejos de tierra consagrada. La mayoría de las voces susurrantes de la muerte pertenecían a prostitutas, suicidas y niños que nacían muertos… Aquellos muertos marginados que no podían ser enterrados en lugar sagrado. Aunque Molly había conseguido que la situación le fuese bastante provechosa, así que tal vez a ella no le importase.
Ella se rió con satisfacción.
–¿Entonces qué es lo que quieres, joven cazador de sombras? ¿Veneno de Malphas*? Tengo la garra de un demonio Morax, pulida con esmero, con el veneno en la punta completamente invisible…
(*Malphas: en demonología es un poderoso ente demoniaco del Infierno, con cuarenta legiones de demonios bajo su mando, con gran poder mental sobre su enemigo, se muestra como un cuervo que cambia a forma de hombre.)
–No –dijo Will–. Eso no es lo que necesito. Lo que necesito son polvos de demonio Foraii, finamente molido.
Molly volvió la cabeza a un lado y escupió una bocanada de fuego azul.
–Pero bueno… ¿Qué hace un buen joven como tú pidiendo cosas como esa?
Will sólo se limitó a suspirar para sus adentros. Las protestas de Molly eran parte del proceso de negociación. Magnus ya le había enviado varias veces a la Vieja Mol, una vez a por hediondas velas negras, que se le pegaron a la piel como alquitrán, otra vez a por los huesos de un nonato y otra a por un saquito de ojos de hada, que le había goteado sangre sobre la camisa. El polvo de demonio Foraii sonaba agradable en comparación.
–Crees que soy tonta –continuó Molly–. Esto es una trampa, ¿verdad? Tú, un nefilim, pillándome vendiendo ese tipo de cosas, y dársela a la Vieja Mol, ¿no es así?
–Tú ya estás muerta. –Will se esforzó por no sonar irritado–. No sé qué crees que pueda hacerte la Clave ya.
–¡Ja! –Sus ojos vacíos llamearon–. La prisión de los Hermanos Silenciosos, bajo tierra, pude guardar tanto a los vivos como a los muertos. Sabes eso, Will Herondale.
Will levantó las manos.
–Sin trucos, amiga. Seguro que has debido de oír los rumores que corren sobre el submundo. La Clave tiene mejores cosas en la mente que buscar fantasmas que trafiquen con polvos de demonio y sangre de hada. –Él se echó hacia delante–. Te pagaré bien.
Sacó una bolsa de popelina del bolsillo y la dejó pendiendo en el aire. Sonó con el tintineo como de monedas chocando entre sí.
–Todos ellos se ajustan a tu descripción, Mol.
Una mirada de deseo se apoderó del rostro de la muerta, que se hizo lo bastante sólida para tomar la bolsa que él le tendía. Metió la mano en la talega y sacó un puñado de anillos, dorados anillos de boda, cada uno de ellos rematado con un nudo de amantes* en su centro. (*Anillo con nudo de amantes, para ver pinchar AQUÍ) La Vieja Mol, como otros muchos fantasmas, siempre estaba buscando ese talismán, esa pieza perdida de su pasado que finalmente le permitiría morir, el ancla que la mantenía atrapada en el mundo. En su caso era su anillo de bodas. Era bien sabido, según le había contado Magnus a Will, que el anillo hacía largo tiempo que yacía enterrado bajo el limoso lecho de el Támesis, y entretanto, ella tomaría cualquier bolsita de anillos encontrados con la esperanza de que alguno resultara ser el suyo. Hasta el momento no había sucedido así.
Ella dejó caer los anillos de vuelta a la bolsa, que desapareció en algún lugar de su difunta persona, y a cambio le entregó a Will una bolsita con polvo doblada. Él la deslizó en el bolsillo de su chaqueta justo cuando la fantasma comenzaba a titilar y desvanecerse.
–Aguarda ahí, Mol. Eso no es lo único a por lo que he venido esta noche.
El espíritu parpadeó mientras la avaricia combatía contra su impaciencia y el esfuerzo por mantenerse visible. Finalmente, ella gruñó:
–Muy bien. ¿Qué más quieres?
Will vaciló. Esto no era algo a por lo que le hubiera enviado Magnus. Era algo que él quería saber para sí mismo.
–Las pócimas de amor…
La Vieja Mol soltó una carcajada estridente.
–¿Pócimas de amor? ¿Para Will Herondale? No es que sea mi estilo rechazar un jornal, pero cualquier hombre que tenga tu aspecto no tiene necesidad de pócimas de amor, eso es un hecho.
–No –replicó Will con un poco de desesperación en la voz–. Estaba buscando lo contrario en realidad… Algo que pueda poner fin a estar enamorado.
–¿Una pócima de odio? –Mol aún sonaba divertida.
–Yo estaba pensando en algo más parecido a la indiferencia? ¿Tolerancia...?
Ella hizo un sonido de resoplido increíblemente humano para ser un fantasma.
–No es que me guste decirte esto, nefilim, pero si quieres que una chica te odie hay formas más sencillas de conseguirlo. No necesitas mi ayuda con la pobrecita.
Y con eso se desvaneció con un giro que la confundió con la neblina que había entre las sepulturas. Will suspiró mirando hacia donde había estado ella.
–No es para ella –musitó, aunque ya no había nadie que lo oyera–. Es para mí... –Y apoyó la cabeza contra las frías puertas de hierro.”
Traducido por Aurim.
Molly volvió la cabeza a un lado y escupió una bocanada de fuego azul.
–Pero bueno… ¿Qué hace un buen joven como tú pidiendo cosas como esa?
Will sólo se limitó a suspirar para sus adentros. Las protestas de Molly eran parte del proceso de negociación. Magnus ya le había enviado varias veces a la Vieja Mol, una vez a por hediondas velas negras, que se le pegaron a la piel como alquitrán, otra vez a por los huesos de un nonato y otra a por un saquito de ojos de hada, que le había goteado sangre sobre la camisa. El polvo de demonio Foraii sonaba agradable en comparación.
–Crees que soy tonta –continuó Molly–. Esto es una trampa, ¿verdad? Tú, un nefilim, pillándome vendiendo ese tipo de cosas, y dársela a la Vieja Mol, ¿no es así?
–Tú ya estás muerta. –Will se esforzó por no sonar irritado–. No sé qué crees que pueda hacerte la Clave ya.
–¡Ja! –Sus ojos vacíos llamearon–. La prisión de los Hermanos Silenciosos, bajo tierra, pude guardar tanto a los vivos como a los muertos. Sabes eso, Will Herondale.
Will levantó las manos.
–Sin trucos, amiga. Seguro que has debido de oír los rumores que corren sobre el submundo. La Clave tiene mejores cosas en la mente que buscar fantasmas que trafiquen con polvos de demonio y sangre de hada. –Él se echó hacia delante–. Te pagaré bien.
Sacó una bolsa de popelina del bolsillo y la dejó pendiendo en el aire. Sonó con el tintineo como de monedas chocando entre sí.
–Todos ellos se ajustan a tu descripción, Mol.
Una mirada de deseo se apoderó del rostro de la muerta, que se hizo lo bastante sólida para tomar la bolsa que él le tendía. Metió la mano en la talega y sacó un puñado de anillos, dorados anillos de boda, cada uno de ellos rematado con un nudo de amantes* en su centro. (*Anillo con nudo de amantes, para ver pinchar AQUÍ) La Vieja Mol, como otros muchos fantasmas, siempre estaba buscando ese talismán, esa pieza perdida de su pasado que finalmente le permitiría morir, el ancla que la mantenía atrapada en el mundo. En su caso era su anillo de bodas. Era bien sabido, según le había contado Magnus a Will, que el anillo hacía largo tiempo que yacía enterrado bajo el limoso lecho de el Támesis, y entretanto, ella tomaría cualquier bolsita de anillos encontrados con la esperanza de que alguno resultara ser el suyo. Hasta el momento no había sucedido así.
Ella dejó caer los anillos de vuelta a la bolsa, que desapareció en algún lugar de su difunta persona, y a cambio le entregó a Will una bolsita con polvo doblada. Él la deslizó en el bolsillo de su chaqueta justo cuando la fantasma comenzaba a titilar y desvanecerse.
–Aguarda ahí, Mol. Eso no es lo único a por lo que he venido esta noche.
El espíritu parpadeó mientras la avaricia combatía contra su impaciencia y el esfuerzo por mantenerse visible. Finalmente, ella gruñó:
–Muy bien. ¿Qué más quieres?
Will vaciló. Esto no era algo a por lo que le hubiera enviado Magnus. Era algo que él quería saber para sí mismo.
–Las pócimas de amor…
La Vieja Mol soltó una carcajada estridente.
–¿Pócimas de amor? ¿Para Will Herondale? No es que sea mi estilo rechazar un jornal, pero cualquier hombre que tenga tu aspecto no tiene necesidad de pócimas de amor, eso es un hecho.
–No –replicó Will con un poco de desesperación en la voz–. Estaba buscando lo contrario en realidad… Algo que pueda poner fin a estar enamorado.
–¿Una pócima de odio? –Mol aún sonaba divertida.
–Yo estaba pensando en algo más parecido a la indiferencia? ¿Tolerancia...?
Ella hizo un sonido de resoplido increíblemente humano para ser un fantasma.
–No es que me guste decirte esto, nefilim, pero si quieres que una chica te odie hay formas más sencillas de conseguirlo. No necesitas mi ayuda con la pobrecita.
Y con eso se desvaneció con un giro que la confundió con la neblina que había entre las sepulturas. Will suspiró mirando hacia donde había estado ella.
–No es para ella –musitó, aunque ya no había nadie que lo oyera–. Es para mí... –Y apoyó la cabeza contra las frías puertas de hierro.”
Traducido por Aurim.
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