lunes, 27 de mayo de 2013

PRIMER CAPÍTULO DE “SUCCUBUS REVEALED” DE RICHELLE MEAD, EN ESPAÑOL

(Publicado el 26/07/11)

¡Hola a todos! Estamos muy contentas de traeros uno de esos estupendos regalos que nos hacen los escritores de vez en cuando. Esta vez se trata del primer capítulo de “Súcubo Revelada” (“Succubus Revealed”), 6º y último libro de la saga Succubus de Richelle Mead, que al fin llegará (en inglés) a las librerías el próximo 30 de agosto. Hace unos días la autora entregó este adelanto y ahora os lo traemos en español. Esperamos que os guste, Richelle se ha lucido con este espléndido primer capítulo ;)


CAPÍTULO 1

Esta no era la primera vez que llevaba un vestido metalizado, sin embargo sí que era la primera vez que lo hacía en un escenario tan para todos los públicos y familiar como ese.

–¡Zorrita!

La voz de Papá Noel resonó sobre el zumbido de la multitud en el centro comercial y yo me alejé a toda prisa de donde había estado acorralada por un grupo de niños vestidos de Burberry. Desde luego, no era Papá Noel el que me llamaba en realidad. El hombre que se sentaba en la carpa adornada con acebo y lucecitas se llamaba Walter o algo por el estilo, pero exigía que aquellas de nosotras que trabajáramos como sus “elfos” nos dirigiéramos a él como Papá Noel en todo momento. En cambio él nos había bautizado a todas con el nombre de sus renos o el de los Siete Enanitos. Se había tomado su trabajo muy en serio y decía que los nombres le ayudaban a mantenerse en el papel. Si le cuestionábamos eso, empezaba a obsequiarnos con el cuento de su vasta carrera como actor shakespiriano, una carrera que él afirmaba había llegado a su fin por culpa de su edad. Todas las elfas teníamos nuestra propia teoría de por qué podía haberse truncado su breve carrera.

–Santa Claus necesita otra copa –me dijo con un susurro teatrero, una vez llegué a su lado–. Gruñona no me lo traerá. –Inclinó la cabeza hacia otra mujer vestida con traje verde metalizado. Ella estaba conteniendo a un niño que quería zafarse mientras Papá Noel y yo manteníamos nuestra conversación. Vi su expresión de dolor y luego bajé la mirada a mi reloj.

–Bueno, Papá Noel –le respondí–, eso es porque sólo ha pasado una hora desde la última. Ya conoces el trato: un poco en el café cada tres horas.

–¡Hace una semana que hicimos ese trato! –bufó entre dientes–. Antes de que hubiera tanta gente. No tienes ni idea de lo que soporta Papá Noel. –No sabía si era parte de su método interpretativo o sólo un rasgo de su personalidad, pero él también se refería a sí mismo en tercera persona a menudo–. Una pequeña acaba de pedirme una nota en SAT* lo bastante buena para poder entrar en Yale. Creo que tenía nueve años…

(*SAT: Scholastic Aptitude Test: en los EEUU prueba de aptitud que se hace normalmente en el último año de instituto y que debe ser aprobada para entrar en la mayor parte de las universidades.)

Me ahorré el sentir un momento de lástima por él. El centro comercial en el que estábamos haciendo la campaña de Navidad estaba en uno de los barrios más acomodados de Seattle y las peticiones que recibía él a veces iban más allá de los balones de rugby y los ponis. Los niños también solían ir mejor vestidos que yo (cuando no iba vestida de elfo), lo que no era poca cosa.

–Lo siento –espeté. Tradición o no, a veces pensaba que poner a los niños sobre el regazo de un tío viejales ya era bastante escalofriante. No necesitábamos meter además alcohol en ello–. El trato es el trato.

–¡Papá Noel no puede seguir con más de esto!

–A Papá Noel le quedan cuatro horas para su cambio de turno –le señalé.

–Ojalá Cometa estuviera aún aquí –contestó de mal humor–. Ella era mucho más indulgente con la bebida.

–Sí, y estoy segura de que ella estará bebiendo sola justo en este momento, al ver que se ha quedado en el paro. –Cometa, una antigua elfo, había sido generosa con las copitas de Papá Noel, de las que también participaba ella misma. Aunque, ya que ella no era ni la mitad del tamaño de él, no soportaba el alcohol tan bien y había perdido su trabajo cuando los directivos del centro comercial la habían pillado quitándose la ropa en el Sharper Image*. Le hice un gesto seco con la cabeza a Gruñona–. ¡Adelante!

(*Sharper Image: famosa tienda de electrodomésticos en EEUU.)

El pequeño salió corriendo y se subió al regazo de Santa Claus. Había que reconocérselo, Papá Noel se metía en el papel y dejaba de darme la lata a mí (o al niño) con lo de la bebida.

–¡Jo, jo, jo! ¿Qué te gustaría por estas fiestas navideñas? –Incluso adoptaba un ligero acento británico, lo que no era realmente necesario para el papel pero desde luego le daba un aire más autorizado.

El niño contemplaba a Papá Noel con solemnidad.

–Quiero que papá vuelva a casa.

–¿Ese es tu padre? –le preguntó Papá Noel mirando hacia una pareja que estaba cerca de Gruñona. La mujer era guapa y rubia, con aspecto de estar en los treinta y haberle dado preventivamente al Botox. Me habría sorprendido que el tío al que ella metía mano por todas partes fuera lo bastante mayor para haber salido de la universidad.

–No –respondió el niño–. Esa es mi mamá y su amigo Roger.

Santa Claus se quedó en silencio durante unos segundos.

–¿Y hay algo más que te gustaría?

Los dejé con eso y regresé a mi puesto cerca de la línea de entrada. Iba avanzando la tarde y aumentando el número de familias que acudía al lugar. A diferencia del de Papá Noel, mi turno se terminaba en menos de una hora. Podría aprovechar el poco tiempo que quedaba de horario comercial y perderme lo peor del atasco circulatorio del día. Como empleada del centro comercial, gozaba de un considerable descuento, lo que hacía mucho más llevadero los Papás Noeles borrachos y los vestiditos metalizados. Una de las mejores cosas de “la época más feliz del año” era que en este momento todos los grandes almacenes tenían una amplia gama de muestras gratuitas de cosméticos y perfumes, muestras gratuitas que necesitaban desesperadamente un hogar en mi cuarto de baño.

–¿Georgina?

Mis sueños de frutas escarchadas y Christian Dior fue interrumpido por el sonido de una voz familiar. Me volví y sentí que se me caía el alma a los pies cuando me encontré con los ojos de una bonita mujer de mediana edad y pelo corto.

–¡Janice, hey! ¿Qué tal?

La sonrisa de desconcierto de mi antigua compañera hizo que a mí se me dibujara una forzada.

–¡Muy bien! Yo… yo no esperaba verte aquí.

Yo tampoco había esperado que me vieran allí, era una de las razones por las que había decidido trabajar a las afueras de la ciudad: para evitar específicamente a la gente de mi antiguo trabajo.

–Igual te digo. ¿No vivías en Northgate? –Intenté que eso no sonara a acusación.

Ella asintió con la cabeza y posó la mano sobre el hombro de una niña de cabello oscuro.

–Sí, vivimos allí, pero mi hermana vive por aquí y pensamos en visitarla después de que Alicia hablara con Papá Noel.

–¡Ya veo! –dije sintiéndome avergonzada. Genial, Janice volvería a Emerald City Books & Cafe y le contaría a todo el mundo que me había encontrado vestida de elfa. No es que no pudiera ser aún peor, claro. Ya toda la gente de allí pensaba que yo era la Puta de Babilonia. Ese fue el porqué de que lo dejara hacía unas cuantas semanas. ¿Qué era un vestido de elfa con todo aquello?

–¿Este Papá Noel es el bueno? –preguntó Alicia con impaciencia–. El que vi el año pasado no me trajo lo que quería.

Por encima del zumbido de la multitud sólo podía oír con dificultad a Papá Noel decir:

–Bueno, Jessica, no hay mucho que Santa Claus pueda hacer respecto a los tipos de interés…

Me volví hacia Alicia.

–Eso depende de lo que pidas –le contesté.

–¿Cómo has terminado aquí? –me preguntó Janice con el ceño un poco fruncido.

Ella sonaba realmente preocupada, lo que supuse era mejor que sentir su regodeo. Tenía la sensación de que había una serie de personas en la librería a la que le habría encantado la idea de mi sufrimiento. Aunque, bueno, no es que este trabajo fuera tan malo…

–Bueno, evidentemente esto es sólo algo temporal –le expliqué–. Me da algo que hacer mientras voy a entrevistas de trabajo para otra cosa, y consigo descuento en mis compras. Y en realidad es otra forma de atención al público. –Estaba intentando con mucho esfuerzo no sonar a la defensiva o desesperada, pero con cada palabra la intensidad de lo mucho que echaba de menos mi antiguo trabajo me golpeaba más y más.

–Oh, bien –dijo ella pareciendo ligeramente aliviada–. Estoy segura de que encontrarás algo pronto. Parece que la cola se mueve.

–¡Espera, Janice! –La agarré del brazo antes de que pudiera marcharse–. ¿Cómo… cómo está Doug?

Había dejado muchas cosas atrás en la Emerald City: una posición de poder, un ambiente agradable, libros y café sin límites… Pero tanto como echaba de menos todas esas cosas, no las había extrañado tanto como extrañaba a una única persona: mi amigo Doug Sato. Él, más que nada, fue lo que alentó a marcharme. No había sido capaz de manejar el trabajar ya con él. Había sido terrible ver a alguien que me importaba tanto mirándome con tal desprecio y decepción. Había tenido que marcharme de allí y sentir que había hecho la decisión correcta, pero todavía era difícil perder a alguien que había sido una parte de mi vida durante los últimos cinco años.

La sonrisa de Janice regresó. Doug tenía ese efecto en la gente.

–Oh, ya sabes, es Doug. Tan ganso como siempre. El grupo de música va viento en popa. Y creo que puede que consiga tu trabajo. Esto… tu antiguo trabajo. Le están entrevistando para ello. –Su sonrisa se desvaneció, como si de repente se diera cuenta de que podía hacerme sentir incómoda. No fue así. No mucho…

–Eso es genial –celebré–. Me alegro por él.

Ella asintió con la cabeza y se despidió de mí antes de avanzar rápidamente en la cola. Detrás de ella, una familia formada por cuatro integrantes interrumpió su actividad frenética sobre sus idénticos teléfonos móviles para fulminarme con la mirada por entorpecer su camino. Un segundo después volvían a encorvarse de nuevo, sin duda para contar a todos sus amigos de Twitter cualquier detalle estúpido de su experiencia navideña en el centro comercial.

Esbocé una sonrisa resplandeciente, que no reflejaba en absoluto lo que sentía por dentro, y continué ayudando en la cola hasta que apareció Estornuditos, mi relevo. Conseguí ponerlo rápidamente al tanto del horario de bebidas de Papá Noel y luego abandoné a mi enlace navideño para ir a la zona de trastienda del centro comercial. Una vez dentro de un servicio, cambié de forma intercambiando mi traje de elfa por un jersey de mucho mejor gusto y unos vaqueros a juego. Ni siquiera cambié el jersey azul para que no hubiera confusión. Estaba haciendo horas extras navideñas.

Desde luego, mientras atravesaba de nuevo el centro comercial, no pude evitarlo pero me di cuenta de que nunca había hecho horas extras en mi verdadero trabajo: ser una súcubo en el insigne servicio a los Infiernos. Siglos de corrupción y seducción de las almas me habían hecho desarrollar un sexto sentido para descubrir a aquellos más vulnerables a mis encantos. Las fiestas, aunque en apariencia fuesen un tiempo de felicidad, también tendía a sacar lo peor de la gente. Podía encontrar la desesperación por todas partes: en aquellos que buscaban agobiados encontrar el regalo perfecto para ganarse a los que querían, en aquellos insatisfechos con su capacidad para sustentar a sus seres queridos, en aquellos que salían de compras a la fuerza para crear unas Navidades “perfectas” por las que no sentían ningún interés… Sí, estaba por todas partes si sabías cómo buscarlo: ese dolor y esa frustración se filtraban a través de la alegría. Aquellas eran exactamente el tipo de almas que estaban maduras para ser cosechadas. Podía haber recolectado a una serie de tíos si quisiese esa misma noche y despreocuparme de mi cuota semanal.

Sin embargo, mi breve intercambio de palabras con Janice me había dejado una sensación extraña y no conseguía reunir la energía para ir a entablar conversación con algún aburguesado hombre de negocios descontento. En cambio me consolé con mis compras compulsivas e incluso encontré un par de regalos superimprescindibles para otros, demostrando que no era una total y completa egoísta. Cuando ya me marchaba, tuve la plena confianza en que el tráfico habría disminuido y me sería fácil conducir de vuelta a la ciudad. Mientras pasaba por la zona principal del centro comercial, oí el retumbante “Jo, jo, jo” de Papá Noel mientras agitaba los brazos a su alrededor de forma vivaracha, demasiado para terror del pequeño que tenía en su regazo. Lo primero que pensé fue que alguien se había rajado y había roto las normas respecto a las bebidas.

De camino a casa vi que tenía tres mensajes de voz, todos ellos de mi amigo Peter. Antes de que pudiera siquiera intentar escucharlos, sonó el teléfono.

–¡Hola!

–¿Dónde estás? –la voz desesperada de Peter llenó el interior de mi Passat.

–En el coche. ¿Dónde estás tú?

–En mi apartamento. ¿Dónde si no? ¡Todo el mundo está aquí!

–¿Todo el mundo? ¿De qué estás hablando?

–¿Lo has olvidado? Maldita sea, Georgina. Eras mucho más puntual cuando estabas soltera e infeliz.

Ignoré la pulla y repasé mi calendario mental. Peter era uno de mis mejores amigos. También era un vampiro neurótico y obsesivo compulsivo al que le encantaba celebrar cenas y fiestas. Él normalmente conseguía improvisar con rapidez al menos una a la semana, nunca por la misma razón, así que era fácil que se me fuera la cabeza.

–Es una fondue nocturna –dije finalmente, orgullosa de mí misma por acordarme.

–¡Sí, y el queso se está enfriando! No me he hecho aún de los hornillos Sterno, ya sabes.

–¿Y por qué no empezáis ya a comer?

–Porque somos civilizados.

–¡Discutible! –Consideré si quería ir o no. Una parte de mí sólo quería llegar a casa y acurrucarme junto a Seth, pero tenía la sensación de que él había estado trabajando. Era posible que pudiera esperar un rato a acurrucarme, siempre que pudiera apaciguar a Peter en ese momento.

–Está bien. Empezad sin mí, estaré allí enseguida. Acabo de salir del puente ahora. –Con melancolía pasé la salida hacia la casa de Seth y en su lugar centré la vista en la que me llevaría a casa de Peter.

–¿Te has acordado de traer el vino? –me preguntó.

–Peter, hasta hace un minuto ni siquiera recordaba que tuviera que ir a tu casa. ¿De verdad necesitas el vino? –Había visto el mueble bar de Peter. En cualquier momento disponía de docenas de botellas, tanto de tintos como blancos, tanto nacionales como internacionales.

–No quiero que se acaben los buenos –esgrimió.

–En serio, dudo que vayáis a… ¡Espera! ¿Está Carter ahí?

–Sí.

–Está bien. Me haré de algo de vino.

Aparecí en su apartamento diez minutos después. Cody, su aprendiz y compañero de piso, abrió la puerta y me ofreció una amplia sonrisa surtida de colmillos. Me inundaron las luces, la música y la mezcla de aromas de la fondue. Su casa, con tanta decoración navideña llenando al milímetro cada rincón, hundía en la miseria la carpa de Papá Noel. Y no sólo había decoración navideña.

–Chicos, ¿desde cuándo tenéis un menorah*? –le pregunté a Cody–. Ninguno de vosotros es judío.

(*Menorah: candelabro de siete brazos, es uno de los elementos rituales del judaísmo.)

–Bueno, tampoco somos cristianos –señaló él conduciéndome hacia el salón–. Peter quería darle este año un enfoque multicultural. El cuarto de los invitados está todo decorado de Kwanzaa*, por si sabes de alguien que busque pasar una noche de verdadera experiencia hortera.

(*Kwanzaa: fiesta de la cultura afroamericana que se celebra el 26 de diciembre y 1 de enero, caracterizada por las libaciones y el encendido de velas.)

–¡No es hortera! –Peter se levantó de la mesa a la que estaba sentado el resto de nuestros amigos inmortales alrededor de dos tarrinas de queso derretido–. No puedo creer que seas tan insensible con las orientaciones religiosas de otras personas. ¡Hostias! ¿Es eso vino de tetrabrik?

–Dijiste que querías vino –le recordé.

–Quería vino bueno. Por favor, dime que no es tinto.

–Por supuesto que es tinto. Y no me dijiste que trajera vino bueno, dijiste que te preocupaba que Carter se bebiera todo tu vino bueno. Así que traje esto para él. Tu vino está a salvo.

Ante la mención de su nombre, la única criatura celestial en la sala alzó la mirada.

–Precioso –dijo él aceptándome el tetrabrik–. El reparto de la pequeña ayudante de Papá Noel. –Rompió el abrefácil del vino y miró a Peter con expectación–. ¿Tienes una cañita?

Tomé asiento en un sitio libre al lado de mi jefe, Jerome, que mojaba con satisfacción un trozo de pan en cheddar fundido. Él era el archidemonio de todo Seattle y había decidido andar por el mundo con el aspecto del John Cusack de allá de los años noventa, lo que hacía fácil que a veces se te olvidara su verdadera naturaleza. Por suerte, su sulfurosa personalidad siempre asomaba en el instante que abría la boca.

–Llevas aquí menos de un minuto, Georgina, y ya has hecho la reunión un 50% menos elegante.

–Chicos, estáis haciendo una fondue un martes noche –le repliqué–. Ya os iba bien en vuestro empeño sin mí.

Peter se había vuelto a acomodar y estaba intentando aparentar calma.

–La fondue es muy elegante. Todo está en la presentación. ¡Oye! ¿De dónde has sacado eso?

Carter había puesto la caja de vino sobre su regazo, con la abertura lateral mirando hacia arriba, y ahora estaba bebiendo directamente de él con una enorme cañita que sospechaba había aparecido literalmente por arte de magia.

–Por lo menos él no está haciendo eso con una botella de Pinot Noir* –le dije a Peter afablemente. Agarré un trinchador de fondue y pinché un trozo de manzana. Frente a Jerome, Hugh dejó de escribir afanosamente en el teclado de su teléfono móvil, recordándome a la familia del centro comercial–. ¿Haciendo partícipe al mundo de esta fiesta cateta? –le tomé el pelo. Hugh era un diablillo, una especie de auxiliar administrativo infernal, así que bien podría en realidad haber estado comprando o vendiendo almas vía móvil.

(*Pinot Noir: es una variedad de vino de uva tinta considerada una de las más internacionales y elegantes.)

–¡Desde luego! –contestó Hugh si alzar la mirada–. Estoy actualizando mi Facebook. ¿Sabes por qué Roman no me responde a mi petición de amistad.

–Ni idea –le contesté–. Hace días que no hablo con él.

–Cuando hablé con él antes, dijo que tenía que trabajar esta noche –explicó Peter–. Que siguiéramos con ello nosotros y sacáramos número por él.

–¿Sacar número? –pregunté con inquietud–. ¡Oh, por Dios! Dime que no es también una noche de Bingo.

Peter suspiró cansado.

–Sacar el papel para el Amigo Invisible. ¿Es que ni siquiera has leído los e-mails que he mandado?

–¿Amigo Invisible? Me suena a que ya hemos hecho eso –cavilé.

–¡Sí, hace un año! –protestó Peter–. Al igual que hacemos todas las Navidades.

Lancé una mirada de Carter, que estaba bebiendo su vino tranquilamente.

–¿Has perdido mi sombrero? Con ese aspecto podrías llevar uno. –El cabello rubio hasta la barbilla del ángel estaba aún más despeinado de lo normal.

–Dinos en qué estás pensando realmente, Georgina –replicó. Se pasó una mano por el pelo, pero de algún modo sólo consiguió empeorarlo–. Lo estoy reservando para una ocasión especial.

–Si consigo tu nombre otra vez, te compraré dos sombreros para que no tengas que racionarlo.

–No querría que te tomaras más molestias.

–No es ninguna molestia. Tengo descuento en el centro comercial.

Jerome suspiró y bajó el tenedor.

–¿Todavía estás haciendo eso, Georgi? ¿No sufro ya bastante al tener que soportar la humillación de una súcubo que se pluriemplea haciendo de elfa en Navidad?

–Siempre decías que debía dejar la librería y buscar otra cosa que hacer –le recordé.

–Sí, pero eso era porque pensaba que pasarías a hacer algo respetable. Como hacerte stripper o la amante de un alcalde.

–Es sólo algo temporal. –Le tendí a Carter la elegante copa de cristal que había situada junto a mi plato. Él la llenó con vino del tetrabrik y me la devolvió. Peter gimió y refunfuñó algo entre dientes acerca de mancillar Tiffany´s.

–Georgina ya no necesita cosas materiales –se burló Cody–. Ahora le pagan con amor.

Jerome le clavó una fría mirada al joven vampiro.

–Nunca vuelvas a decir algo tan empalagoso.

–¡Mira quién habla! –le dije a Cody, incapaz de ocultar una sonrisa–. Me sorprende que esta noche hayas podido separarte de Gabrielle. –De inmediato su rostro se volvió ensoñador con la mención de su amada.

–Eso hace dos de nosotros –hizo recuento Peter y negó con la cabeza amargamente–. Chicos, vosotros y vuestra perfecta vida amorosa…

–Nada de perfecta –espeté al tiempo que Cody decía–:

Es perfecta.

Todos los ojos cayeron sobre mí. Hasta Hugh levantó la vista de su teléfono móvil.

–¿Problemas en el paraíso?

–¿Por qué siempre suponéis eso? Y no, por supuesto que no –me mofé, odiándome por mi desliz–. Las cosas van fantásticas con Seth.

Y así era. Sólo decir su nombre hacía que me atravesara una dicha desbordante. Seth. Seth era el que hacía que todo valiera la pena. Mi relación con él era lo que había provocado la ruptura entre mis antiguos compañeros de la librería y yo. Ellos me vieron como el motivo de su ruptura con la hermana de Doug. Lo que supongo así era. Pero no importa lo mucho que me encantara mi trabajo, dejarlo fue un pequeño precio para estar con Seth. Podía soportar lo de ser una elfa. Podía soportar los cupos que le poníamos a nuestra vida sexual para asegurarnos de que mis poderes de súcubo no lo dejaran seco. Con él, podía soportarlo todo. Incluso un futuro de condenación.

Había sólo un par de cosas chiquititas, chiquititas en mi relación con Seth que me quitaban el sueño. Una me había devorado durante un tiempo, la otra aún seguía intentando ignorarla. Pero ahora, de repente, con mis amigos inmortales mirándome, finalmente recabé el valor para afrontarla.

–Es sólo que… Supongo que ninguno de vosotros le habrá dicho a Seth mi nombre, ¿verdad? –Viendo cómo a Peter se le abría la boca, confuso, de inmediato corregí–: Mi verdadero nombre.

–¿Por qué surgiría ese tema? –preguntó Hugh desdeñoso, volviendo a su mensaje de texto.

–Ni siquiera yo sé tu verdadero nombre –reconoció Cody–. ¿Estás diciendo que no es Georgina?

Ya lamentaba lo dicho. Era una estupidez que me preocupase por eso, y sus reacciones estaban demostrándolo.

–¿No quieres que él sepa tu nombre? –preguntó Hugh.

–No… Está bien. Es sólo que, bueno, es extraño. Hace un mes o así, cuando él estaba medio dormido, me llamó por él. Letha –añadí, para provecho de Cody. Conseguí decir el nombre sin trabarme. No era un nombre que me fuera grato. Me había despojado de él hacía siglos, cuando me convertí en súcubo, y había estado llevando nombres falsos desde entonces. Al desterrar ese nombre, había desterrado mi antigua vida. Había querido borrarlo tan desesperadamente que había vendido mi alma a cambio de que todos los que me habían conocido olvidaran mi existencia. Es por eso que hace un mes la conversación con Seth me había tomado completamente desprevenida. No había manera posible de que él pudiera haber sabido ese nombre.

“Tú eres mi mundo, Letha…” me había dicho Seth adormecido.

Él ni siquiera recordaba haberlo dicho, por no hablar de dónde lo había oído. “No lo sé” me había dicho cuando le pregunté por ello más tarde. “De los mitos griegos, supongo. El Río Lethe, donde los muertos iban a dejar los recuerdos de sus almas… para olvidar el pasado…”
–Es un nombre bonito –dijo Cody.

Me encogí de hombros de manera evasiva.

–La cosa es que nunca se lo dije a Seth. Pero, de algún modo, lo sabe. Aunque no puede recordar nada al respecto, dónde lo ha oído.

–Él debe de habértelo oído a ti –indicó Hugh, siempre práctico.

–Nunca se lo dije. Me acordaría si así fuera.

–Bueno, con todos los inmortales que pasean por aquí, estoy seguro de que habrá surgido de alguno de ellos. Probablemente lo habrá oído por casualidad. –Peter frunció el entrecejo–. ¿No tenías una condecoración con tu nombre? Puede que él lo haya visto.

–En verdad no voy dejando mis galardones como “La Mejor Súcubo” por ahí tirados –señalé.

–Bueno, deberías –dijo Hugh.

Miré a Carter detenidamente.

–Estás mortalmente callado.

Él hizo una pausa en su beber del tetrabrik.

–Estoy ocupado.

–¿Le dijiste tú mi nombre a Seth? Tú ya me habías llamado por él anteriormente.

Carter, a pesar de ser un ángel, parecía tener un sincero cariño por nosotras, las almas condenadas. Y como si fuera un chico de escuela primaria, a menudo pensaba que la mejor manera de mostrar ese cariño era meterse con nosotros. Llamarme Letha –cuando sabía que lo odiaba– y otros apelativos encantadores era una de las tácticas que utilizaba.

Carter negó con la cabeza.

–Siento decepcionarte, Hija de Lilith, pero nunca se lo he dicho. Me conoces: soy un modelo de discreción. –Hubo un sonoro ruido de sorber cuando se acercó al final de su vino.

–Entonces ¿cómo lo ha descubierto Seth? –exigí–. ¿Cómo ha sabido mi nombre? Alguien debe de habérselo dicho.

Jerome suspiró audiblemente.

–Georgi, esta conversación es incluso más ridícula que la de tu trabajo. Ya has conseguido tu respuesta: ni tú ni nadie más ha cometido el desliz o lo recuerda. ¿Por qué todo tiene que ser tan dramático para ti? ¿Es sólo que estás buscando algo para ser infeliz?

Había sentido en lo que decía. Y sinceramente, no sabía por qué esto me había sacado de quicio durante tanto tiempo. Todos tenían razón. No había misterio en esto, ningún bombazo. Seth había oído por casualidad mi nombre en algún sitio, fin de la historia. No había razón para exagerar la situación o sospechar lo peor… Tan sólo una minúscula voz insistente en mi cabeza que rehusaba olvidarse de aquella noche.

–Es que es tan extraño… –me lamenté débilmente.

Jerome puso los ojos en blanco.

–Si quieres algo de lo que preocuparte, te daré algo.

Todos los pensamientos sobre Seth y los nombres se esfumaron de mi cabeza. Todos los que estábamos a la mesa (a excepción de Carter, que estaba sorbiendo) nos quedamos paralizados y mirando fijamente a Jerome. Cuando mi jefe decía que tenía algo de lo que preocuparme, había una gran posibilidad de que se tratara de algo fuerte y espeluznante. También Hugh parecía temeroso por esa proclamación, lo que era mala señal. Normalmente él sabía de los mandatos infernales antes de que lo hiciera Jerome.

–¿Qué pasa? –le exigí.

–Me tomé una copa la otra noche con Nanette –gruñó. Nanette era la archidemonio de Portland–. Ya es bastante malo que aún no me deje olvidar lo de la invocación, ahora también está saliendo con la mierda de que su gente es más competente que la mía.

Eché un breve vistazo a mis amigos. No eran precisamente el tipo de empleado modelo del Infierno, así que había bastantes probabilidades de que Nanette estuviera en lo cierto. Aunque no es que ninguno de nosotros se lo fuera a decir a Jerome…

–Así que –continuó este–, cuando se lo negué, ella exigió que le echáramos valor y demostráramos lo superiores que éramos como subordinados infernales.

–¿Cómo? –preguntó Hugh pareciendo ligeramente interesado–. ¿Con una campaña de recaudación de almas?

–¡No seas ridículo! –exclamó Jerome.

–¿Entonces con qué? –le insistí yo.

Jerome nos dedicó una sonrisa con los labios bien tirantes.

–Jugando a los bolos.



Traducido por Aurim.

Nota: Como ya habréis comprobado, en el blog ya no se puede seleccionar el texto, sin embargo, si alguno de vosotros está interesado en subir este capítulo de “Succubus Revealed” a su blog, escribidnos a masquevampiros@hotmail.com Estaremos encantadas de compartirlo con vosotros ;)

0 comentarios:

Publicar un comentario

BLOG PROTEGIDO